El ser humano siempre ha conocido las sensaciones de calor y frío, pero la medida de ambas sensaciones era desconocida. Desconocemos si en civilizaciones antiguas la temperatura se llegó a medir de alguna forma, pero no fue hasta el Renacimiento cuando Galileo Galilei construyó un dispositivo que usaba la contracción del aire en un recipiente para mover una columna de agua, que a su vez se utilizaba para indicar la intensidad del enfriamiento, pero debido a su imprecisión dado que este sistema se veía afectado por la presión del aire, terminó abandonándose.
Veinte años después, el médico italiano Santorio, introdujo un líquido dentro de un tubo de vidrio, lo selló y observó cómo el líquido se movía hacia arriba mientras se expandía. Una escala en el tubo facilitaba la visualización de los cambios, pero todavía no se contaba con unidades de temperatura precisas.
Los primeros termómetros, un tubo sellado de vidrio en cuyo interior se utilizaban líquidos como alcohol o mercurio que, al cambiar su volumen con la temperatura, permitía mediante el marcado en la superficie del vidrio, determinar la temperatura. Fueron inventados por Ole Christensen Romer y Daniel Gabriel Fahrenheit. Este diseño fue por primera vez el más eficaz, dada su respuesta lineal a los cambios de temperatura.
Hoy los de mercurio debido a su toxicidad están prohibidos y se utilizan otros líquidos.
Entonces la necesidad fue la de dar un valor numérico a lo que se consideraba “frío” o “caliente” y permitió conocer las propiedades de las sustancias que, en función de la temperatura, varían su volumen y solubilidad, así como su estado (sólido, líquido, gaseoso, o plasma).
Más tarde en el siglo XIX se inventa el sensor de temperatura bimetálico, que emplea la diferencia en la expansión de dos placas de metal unidas para activar termostatos o similares, era barato de fabricar además de robusto, lo que favoreció su aplicación y difundió la aplicación del control de la temperatura.
En 1821, Thomas Johann Seebeck descubrió el efecto termopar. El físico estonio-alemán demostró que cuando dos extremidades de metales distintos se unen a temperaturas diferentes, se crea un voltaje. Esta relación permite llevar a cabo una conversión directa de la diferencia de temperatura a voltaje eléctrico. Por su parte, el físico francés Jean Peltier descubrió que este efecto puede funcionar en sentido contrario y, en consecuencia, utilizarse para enfriar.
Más de un siglo después, en 1932, C.H. Meyers midió la resistencia eléctrica de un hilo de platino y observó que ofrecía una medición más precisa. Hoy en día, los sensores de platino Pt100 (resistencia de 100Ω a 0ºC y un coeficiente de temperatura fijo α=0,003851 °C-1) y el Pt1000 (resistencia de 1000Ω a 0ºC) son de los más utilizados. Este tipo de sensores han evolucionado de forma considerable y pueden encontrarse en multitud de versiones: cerámicos, de película, etc.
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